¿Por qué no admitir que, a pesar de todo, somos felices?:
“Jodidos pero contentos”. La Presidenta de Madrid, en carácter de Visitadora colonial,
dijo, con cierta gracia cortesana, refiriéndose a los nativos limeños: "Viven sumidos en la pobreza, pero son
alegres y amables". El mismo día del cumplido el diario inglés BBC publicó
un artículo coincidente: "Los latinoamericanos son más felices de lo que
es estadísticamente normal teniendo en cuenta la riqueza de sus países".
Felices, y no lo sabíamos.
Quizá hasta demasiado felices. Nos hemos librado de dos
guerras mundiales, no somos judíos bajo el dominio de los nazis ni palestinos
bajo el de los judíos. Frente a esto, ¿qué es Porky? ¿La Inquisición? El mundo
no ha mejorado tanto como para que no la necesitemos de vez en cuando. El otro
día nomás, se hizo necesaria su divina intervención para exorcizar a unos
jovencitos irreverentes que habían parido una impía obra teatral, mal titulada:
María maricón. ¡Qué es eso! ¡Donde estamos!
No, evidentemente, en la Edad Media. Maricón, tu madre, profirieron
los beatos en dura jerga limeña. Enarbolaron hispánicas banderas, vistieron medieval
cilicio, oraron el latín: se cruzaron un poco los Cruzados. Pero había que
romper una lanza en defensa de la corrección del idioma. ¿Somos tan andinos
que, hasta ahora, no entendemos lo que es la concordancia de género? Y estudiantes de la Universidad Católica ja
ja, se burló San Porky.
Pudo aleccionarlos diciéndoles: Chicos, de cuatro maneras
se puede venir al mundo: de mujer y hombre como todos nosotros; sin
padre y sin madre como Adán; de varón y sin hembra como Eva; faltaba
que alguien saliese de una madre maricón, y tal NO fue el caso del nacimiento
del Mesías, milagroso, pero no tanto.
Como la felicidad de contar con una clase política que se
ocupe de estas cuestiones de moral y buenas costumbres. Así, el Congreso ha dicho,
en tono de infalibilidad papal, de la chica que regentaba la red de
prostitución parlamentaria acribillada por unos sicarios, que la pobre muchacha,
en realidad, no era el objetivo del atentado criminal. ¡Para qué pensar lo
peor! Lo imperdonable es el escándalo, que la cabrona prensa caviar pregona. En
esta línea principista, el Congreso ha prohibido en su sagrado recinto el uso
de minifalda, que desata los bajos instintos de los congresistas, que no
perdonan algunas ligerezas.
Ningún escándalo mancha
la majestad del Congreso. La envidia tuerce intenciones. Así, la grata visita
de una visitadora al anterior Presidente del Congreso, que creyó haber llegado al
culmen de su cusqueño proyecto de vida; y ni corto ni perezoso, tiró al suelo
el bisoñé y la dignidad del cargo mientras la chica se soltaba la cabellera y
ejercía en el sanctasanctórum parlamentario el oficio más antiguo de la
humanidad, a cambio de un puesto bien remunerado, y de poner el siempre
delicado equilibrio de las votaciones en la falsa balanza de unos senos con
silicona. Aunque, otros afirman que el cambiazo de la red de visitadoras se
hace más bien poto por voto.
El periodismo que ejerce
el vil cabronazgo de la verdad ha despertado una insana curiosidad por la vida,
talentos y tarifa de aquella visitadora, ha revelado también su nombre de
combate, que es el de Licopecaito, apropiado para despertar el apetito de lobo
de los congresistas. Cosa de nada, un pecaito, un aperitivo para los padrastros
de la patria.
Todo por causa de
la ociosidad, que campea en el Congreso. Como advierte la Sagrada Biblia, la
ociosidad es la madre de todos los vicios. “Por andar David ocioso pecó con Betsabé
(I Reg.), y los malvados jueces violaron á Susana, que en su jardín se estaba
bañando (Daniel, II). Dina, hija de Jacob, (Genes., XXXIV, 1 y sigs.),
fue estuprada por ociosa, y fué causa de muchas muertes”. No
invento nada. Pueden consultar: Fray Juan de los Ángeles: Consideraciones sobre
el Cantar de los Cantares. También lo de Dina, nombre execrado en el Antiguo
Testamento, por la misma razón que entre nosotros, por ociosa y por ser causa
de muchas muertes.
En cambio, Lipopecaito (que apenas consiguió el puesto se
hizo la liposucción), hija de su tiempo, es una esforzada emprendedora vaginal
que ha hecho carrera en el peligroso mundo del hampa del legislativo, como la insultan
algunos cabros desgraciados. Los congresistas, hijos también de su tiempo, llevan
igualmente metido en las entrañas el capitalismo; pero en otra zona del
pecaminoso cuerpo (diría San Porky), ya que son más bien emprendedores anales,
que buscan el lucro inmundo, que la minería ilegal y el oro excrementicio les aporta.
Por esto, dicen las malas lenguas, el actual caficho de La Casa Verde, defensor
de mineros ilegales, carga con el apellido de Salguano, apropiado para quien es
cabeza, o culo, de una institución que expele guano en lugar de leyes. Esto
dicen, al menos, los que piensan que algo se pudre en los pasos perdidos.
Pero el Congreso no desespera de limpiar de alguna manera
milagrosa su pestilente nombre, y para esto circula por los pasos perdidos una
propuesta de ley, sustentada por un congresista mistiano, digno profesor, para
elevar a los altares a la trabajadora del congreso que murió en el cumplimiento
de sus funciones, declarándola Santa, con feriado incluido, en el día de su martirio.
El concluyente argumento es que ella resulta ser una santa al lado de Licopecaito,
que es una verdadera diablesa. Se rumorea que la moción cuenta ya con el apoyo
de los integrantes de Fuerza Popular, esto es de la Mami del Congreso
prostibulario, y de los compinches de tapir Cerrón, además del de todos los
defensores de la Hispanidad, las Cruzadas y la Santa Inquisición. ¡Y por qué no
una Santa en el Congreso si todo está ahí patas arriba: los congresistas
delincuentes son los buenos y los jueces y policías buenos son los malos! ¡El
mundo de culo!
Pero miento, no hay tal moción de santificación exprés,
Porky no es ningún santo; la única posverdad es Licopecaito, madame K, y la
ociosa Dina. Sin embargo, el predicador Hildebrant se equivoca cuando dice que la
señora “funge” de presidente. No hay diferentes significados de la palabra “presidente”,
sino uno solo, que es el que le da quien manda. Las palabras son un
instrumento del Poder. Salguanote, con todo lo que apesta, es un Señor Congresista.
Nos han robado hasta las palabras. La felicidad también.