viernes, 4 de octubre de 2024

AREQUIPA NO ES EL PERU

 

Carne y hueso y pura ilusión.
J.M. Arguedas

 Algunos escritores tienen el don de las frases, que parecen sentencias. Se les coge al vuelo, y son fáciles de recordar. Pablo Macera soltó una de esas que se clavan en la memoria de todos inevitablemente y para siempre: El Perú es un burdel. Fue refutado, sin embargo, arguyendo que el país no puede ser un burdel, porque este es un lugar ordenado. Gonzales Prada recurrió a la metáfora sanitaria: Donde se pone el dedo, salta la pus. Vargas Llosa soltó otra que ahora es de cajón: En qué momento se jodió el Perú.

Pero no solo los altos ingenios, sino también las ínfimas mentes engendran frases, en su caso, dignas de piadoso olvido. Como la que eructó la presidenta: Puno no es el Perú. Debieran sentirse felices los puneños. El Perú es un burdel, la presidenta es la mami que regenta el antro, el parlamento es el chulo de la desdichada patria, explotada como ramera de Huatica. Tacna tampoco quiere ser el Perú, si eso implica ser su basurero.

Cuando Vargas Llosa preguntó por el momento en que se jodió el Perú, naturalmente, no pensó en Arequipa, que no cayó catastróficamente como las antiguas ciudades andinas de barro y de piedra, como Chanchan y Cuzco, ni decayó como Lima, color caca, como le parecía a Zabalita. Sin un pasado grandioso que añorar, sin riquezas que amasar, los arequipeños no se sienten ni grandes ni pequeños; sí un poco jodidos, quizá, pero contentos. ¿Contentos, pero de qué, si todos estamos jodidos?, dirá el limeño en lo peor de su etapa depresiva. Por esto les pusieron los antiguos arequipeños a los limeños el mote de “mazamorreros”, por su tenaz inconsistencia de carácter. En reciprocidad, estos los llamaron a aquellos “cascahuesos”, para recordarles su pobreza. La burla es histórica, la capital siempre se ha quedado con la parte del león, las provincias con los huesos. Así el sur no quiere ser el Perú, sino el norte; no de la degeneración sino de la regeneración moral del país.

Arequipa siempre ha sido un hueso, duro de roer. Hueso es fortaleza, firmeza interior, carácter que no puede quebrarse ni doblegarse. Aunque también hueso es pobreza, que no atrae mucho a ladrones, extorsionadores, proxenetas, sicarios y asesinos, que les gusta la carne, que siempre tienta al delito.

Es el Perú del que Arequipa no quiere ser parte, el del hampa, de la corrupción, de la destructora minería. Ya decía el loco Quintino: "¡Pueblo de minería, pueblo de porquería!” Es el extraño caso de Lima, que más que una ciudad, parece un campamento minero, de buscadores de oro. Un pueblo sin sheriff, controlado por maleantes que dictan la ley.


Algunos piensan que Arequipa ya no es el León del sur, que ya sus representantes no alcanzan relevancia nacional, como sí la tienen los políticos norteños, esa recua de “patrióticos asnos de mi vida”, como dice Vallejo. Por algo se las picó rápido a Europa, como Vargas Llosa. Nunca acabó de gustarles el color caca de Lima, el color preferido de los buscadores de oro. Porque, ¿qué es la corrupción? ¿No es la mierda del banquete del capital, la parte maldita, la parte que apesta? Algunos viven de eso. Rica mierda. Dinero mal habido. Dinero sucio.

El Perú se incendia, el Perú está jodido. Hace tiempo se dio cuenta de esto Abimael Guzmán, pero consideró, al parecer, que en su terruño no había mucho que arreglar, salvo tal vez el tránsito, así que llevó el incendio a otros sitios. ¿Pero, realmente, Arequipa no está jodida? Puede que sí, porque el hermano bueno de Abimael, el poeta y filósofo Edgar Guzmán se quedó en su tierra natal, donde se dedicó a escribir novelitas de ciencia ficción. Así como él hay un pueblo que aprecia el vivir tranquilo, el no tener que sentirse como en un burdel, o en un campamento de buscadores de oro, sino en una ciudad con un núcleo de valores cívicos de piedra volcánica, que se defiende del abuso de los tiranos, como cuando se alzó contra la privatización de la empresa de servicio de luz, el famoso arequipazo, un pueblo que sueña con sobrevivir en un mundo post apocalíptico. No sin cierto talento para las frases, el loco Quintino diría: Arequipa no es el Perú.