Carne y hueso y pura ilusión.
J.M. Arguedas
Pero no solo los altos ingenios, sino también las
ínfimas mentes engendran frases, en su caso, dignas de piadoso olvido. Como la
que eructó la presidenta: Puno no es el Perú. Debieran sentirse felices los
puneños. El Perú es un burdel, la presidenta es la mami que regenta el antro,
el parlamento es el chulo de la desdichada patria, explotada como ramera de
Huatica. Tacna tampoco quiere ser el Perú, si eso implica ser su basurero.
Cuando Vargas Llosa preguntó por el momento en que se
jodió el Perú, naturalmente, no pensó en Arequipa, que no cayó catastróficamente
como las antiguas ciudades andinas de barro y de piedra, como Chanchan y Cuzco,
ni decayó como Lima, color caca, como le parecía a Zabalita. Sin un pasado grandioso
que añorar, sin riquezas que amasar, los arequipeños no se sienten ni grandes
ni pequeños; sí un poco jodidos, quizá, pero contentos. ¿Contentos, pero de
qué, si todos estamos jodidos?, dirá el limeño en lo peor de su etapa
depresiva. Por esto les pusieron los antiguos arequipeños a los limeños el mote
de “mazamorreros”, por su tenaz inconsistencia de carácter. En reciprocidad,
estos los llamaron a aquellos “cascahuesos”, para recordarles su pobreza. La
burla es histórica, la capital siempre se ha quedado con la parte del león, las
provincias con los huesos. Así el sur no quiere ser el Perú, sino el norte; no
de la degeneración sino de la regeneración moral del país.
Arequipa siempre ha sido un hueso, duro de roer. Hueso
es fortaleza, firmeza interior, carácter que no puede quebrarse ni doblegarse.
Aunque también hueso es pobreza, que no atrae mucho a ladrones,
extorsionadores, proxenetas, sicarios y asesinos, que les gusta la carne, que
siempre tienta al delito.
Es el Perú del que Arequipa no quiere ser parte, el
del hampa, de la corrupción, de la destructora minería. Ya decía el loco
Quintino: "¡Pueblo de minería, pueblo de porquería!” Es el extraño caso de Lima, que más que
una ciudad, parece un campamento minero, de buscadores de oro. Un pueblo sin
sheriff, controlado por maleantes que dictan la ley.
El Perú se incendia, el Perú está jodido. Hace tiempo
se dio cuenta de esto Abimael Guzmán, pero consideró, al parecer, que en su
terruño no había mucho que arreglar, salvo tal vez el tránsito, así que llevó
el incendio a otros sitios. ¿Pero, realmente, Arequipa no está jodida? Puede
que sí, porque el hermano bueno de Abimael, el poeta y filósofo Edgar Guzmán se
quedó en su tierra natal, donde se dedicó a escribir novelitas de ciencia
ficción. Así como él hay un pueblo que aprecia el vivir tranquilo, el no tener
que sentirse como en un burdel, o en un campamento de buscadores de oro, sino
en una ciudad con un núcleo de valores cívicos de piedra volcánica, que se
defiende del abuso de los tiranos, como cuando se alzó contra la privatización
de la empresa de servicio de luz, el famoso arequipazo, un pueblo que sueña con
sobrevivir en un mundo post apocalíptico. No sin cierto talento para las frases,
el loco Quintino diría: Arequipa no es el Perú.
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