AUDIOLIBRO
Mariano Ambrosio Cateriano
(Arequipa, 1829-1915)
Los escultores misteriosos
Tradición
Leído por Willard Díaz Covarrubias
Música de Pedro Rodríguez Chirinos
1
El año de 1680, se concluyó el hermoso templo de Santo
Domingo de cal y canto, el mismo que existe hasta el día, y apenas quedó
asentada la última piedra cuando empezaron los reverendos a ornamentarlo con el
decoro correspondiente al orgullo dominicano.
Dos años después, el Provincial de la orden mandó de Prior a
este convento, a fray Manuel Chavarría, fraile de campanillas, de gran cogote y
mucho peso, no tanto por lo macizo de su venerable humanidad, cuanto por los
doblones que traía. Regresaba a su país natal Arequipa después de haber
gobernado los conventos de Chuquisaca y el Cuzco, en la poderosa provincia de
Santo Domingo del Perú, que se extendía entonces desde el istmo de Panamá hasta
el cerro de Potosí, y venía decidido a emplear en beneficio de su convento la
renta de sus dos prioratos.
Cierto día echó fray Manuel la vista sobre las efigies de la
iglesia y advirtiendo que faltaba la del crucificado; se propuso colocar a toda
costa una que fuese el non plus de todas las perfecciones para lo cual requirió
en los reinos de España algún famoso escultor, que fuese un nuevo Benvenuto
Cellini.
Su Paternidad conocía la famosa efigie del Señor de Burgos
(en España), no menos que la copia que de ella existe en la iglesia de San
Agustín de Lima; pero no se conformaba con una que fuese igual en perfección a
las de Burgos, sino que las excediese.
Pasaban los tiempos.
Y no se presentaba ningún escultor.
Y Fray Manuel casi perdía la esperanza de ver colocada en los
altares de su iglesia la efigie que deseaba.
2
Dos jóvenes de agradable aspecto y de limpios vestidos,
entraron un día al convento de Santo. Domingo buscando al Prior, y al topar con
el padre Pinto preguntaron por él. Fray Camilo calándose la birreta y siguiendo
su camino, les contestó secamente: «está diciendo misa».
Los jóvenes entraron a la iglesia, y media hora después
platicaban con el prelado dominicano manifestando el más vivo interés.
Eran éstos (según su dicho propio) escultores muy entendidos
que iban a ofrecer sus servicios al reverendo Chavarría en la obra de sus
ensueños. El Prior no creyó a los desconocidos: juzgólos por follones
escamoteadores de la bolsa prioral.
Mas después de algunas vueltas y revueltas en el asunto,
aceptó al fin la propuesta que no pudo ser más ventajosa para Su Reverencia.
Trabajaremos, le dijeron los escultores, el Santo Cristo y si
después de concluido es de la aprobación de Su Paternidad y de toda la
venerable corporación, se quedará con él recibiendo nosotros el precio
convenido, y en el caso de que le echen balota negra, cargaremos con nuestro
Cristo sin dar ni recibir nada.
Amén, dijo Chavarría: no se habló más sobre el asunto y el
contrato quedó ajustado.
Exigieron los artistas para sus labores un local separado y
del todo independiente, prohibiendo la entrada a toda persona mientras ellos
trabajasen.
El de Chavarría no encontró en todo el convento otro más a
propósito que la celda prioral, y dejándola a disposición de los artistas, se
fue a pasar unos días de noviciado. Los escultores tomaron la llave y cerraron
las puertas por la parte interior.
3
Los artistas se volvieron almitas; no se vieron herramientas,
ni material ni preparativo alguno para el trabajo y las puertas de la celda
prioral, cerradas a piedra y lodo. Mientras tanto las dudas del Prior se
aumentaban y su ansiedad se convertía en impaciencia. Al fin, cierto día,
resuelto a romper con los escultores fue a pulsar las puertas de la celda
prioral. Mas apenas se hubo acercado se abrieron al sólo moverlas.
Grande fue su admiración cuando al penetrar encontró colocada
sobre una mesa la hermosa efigie del crucificado de rara perfección.
Inmediatamente hizo tocar a capítulo y reunida la comunidad le descubrió la
maravilla. El definitorio y los teólogos de la orden declararon el hecho
sobrenatural y milagroso. Concurrieron todos desde el regente mayor hasta el
último sacristán a la supradicha celda donde después de algunas salmodias
llevaron al crucifijo en procesión a la Iglesia.
Extendida por la ciudad en pocos minutos la noticia de
semejante maravilla, fue tan numerosa la concurrencia, que en los cuatro
primeros días apenas pudieron cerrar las puertas a las 12 de la noche,
expeliendo a la gente de la Iglesia.
El virrey Conde de Lemos, se hallaba de tránsito en Arequipa
cuando fue a sofocar la insurrección habida en Puno en las minas de Salcedo y
S. E. que era el tipo de piedad y devoción contribuyó a la del SEÑOR DE LA VERA
CRUZ.
Por esto se ha dicho siempre en esta ciudad que la efigie que
hemos nombrado fue obra de los ángeles.
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